¿Queda algo de la política en los tiempos de la posmodernidad? Una actividad que movió pasiones, entusiasmó con sus posibilidades de cambio a humanistas y luchadores y prometió utopías seculares, atraviesa una crisis que parece terminal. Dominada por la economía, por la diplomacia y hasta por la propia acción ciudadana individual, pareciera haber quedado arrinconada en la descalificación, la deshonestidad y la desconfianza. La revolución científico técnica le arrebató facultades. La globalización la vació de contenido. Y el creciente protagonismo de los ciudadanos comunes le quitó su áura épica, dejándola en la trinchera opuesta de los reclamos populares, donde no parece sentirse cómoda pero tampoco encontrar su rumbo. ¿Sirve aún la política a las sociedades del siglo XXI?