Con Humo en el cuerpo no hemos pretendido ni una defensa a ultranza
del hábito de fumar ni tampoco un ataque contra quienes andan con gusto
bajo la nube tóxica del tabaco. Que fumar es nocivo y que, en muchas
ocasiones, lleva a la muerte es una verdad incuestionable. Pero no lo
es menos que fumar nunca fue perjudicial para la salud del Arte.
Esta entrega de Litoral, que es una prolongación casi obligada de otros dos números recientes consagrados a los placeres: Poesía a la carta y El vino,
no quiere ser más que un espejo del protagonismo que ha tenido en todas
las ramas artísticas el hábito, el placer o el vicio de fumar. Sin
duda, muchas de las obras maestras de la literatura y del arte no se
hubieran alumbrado jamás sin la presencia del tabaco. Algunas de ellas
—en la novela, en la poesía, en el cine, en la fotografía, en la
pintura, en el diseño, en el cómic...— son verdaderos monumentos al
humo. E incontables personajes que pululan por esos varios géneros
artísticos, muchos de sus héroes y heroínas, y de sus malvados, que son
mitos de nuestra época, no habrían tenido sentido para el
funcionamiento de la obra de no haber fumado.
Con mayor
o menor grado de pasión por la nicotina, la mayoría de los artistas que
han encontrado en la estética del tabaco un filón para reflexionar
sobre las luces y las sombras de la vida nos desvelan en estas páginas
esa mágica y productiva relación entre un buen cigarro y una obra de
arte eterna.